jueves, 20 de enero de 2011


A single man, una historia de cómo afrontar la redención a través del dolor.

Tom Ford consigue un ejercicio visual excepcional, un relato repleto de personajes destrozados, un conjunto de guiños a directores como Kar Wai y Pedro Almodóvar. 
Impecable su dirección de arte. Ford posee un gran sentido de la estética clásica.


Pocas veces se han visto buenos inicios con buenas óperas primas. Por mencionar algunos Memento (2003) de Christopher Nolan, Perros de reserva (1992) de Quentin Tarantio, ahora puedo agregar uno más a la lista, Tom Ford. El famoso diseñador de ropa entrega una ópera prima exquisita, elegante y grandiosa. A single man lo consagra como un talento emergente que goza de un perfecto sentido estético y visual. 

Un hombre soltero (2009), está ambientada en 1962 y aborda la vida de George Falconer, un profesor universitario británico de 52 años que lucha para encontrarle sentido a su vida tras la muerte de su compañero sentimental de muchos años, Jim. George rememora el pasado y no consigue ver su futuro mientras lo seguimos a los largo de un único día, en el que una serie de sucesos y encuentros lo llevan en última instancia a decidir si la vida tienen sentido después de la muerte de su pareja. George recibe consuelo de su amiga más íntima y ex-pareja Charley, mientras un joven estudiante de su clase que está intentando aceptar su autentica naturaleza le acecha porque ve en él un espíritu afín. 

La película son Colin Firth y Julianne Moore. Firth se encarga de dar vida a un personaje contenido, hermético y desgarrador lleno de telarañas mentales, que interpreta con gran sensibilidad y credibilidad al mostrar sólo con una mirada o gesto la amargura reprimida, provocando que el espectador profundice con el personaje. Sin temor a equivocarme, la mejor actuación de este actor británico –aún no he visto The King Speach (2010)--. Moore brilla por su excelsa y corta participación –y de nueva cuenta ignorada por la academia--, que si bien no aparece mucho en pantalla, una escena basta para complementar la estrepitosa vida del protagonista – una Moore alcohólica le dice sus (Firth) verdades a raíz de los celos que tiene, sobre la relación que tenía el hombre que ella siempre quiso pero que no le correspondió--. 

El trabajo de Ford recuerda a cintas como Lejos del cielo (Todd Haynes, 2002) por el aire impregnado de clasicismo, además de la impecable fotografía de una cinta de la época dorada del Hollywood. Como era de esperarse de un diseñador de modas, la dirección de arte y vestuario están perfectamente cuidadas y dan a la cinta la esencia de una cinta similar a la que vimos en Deseando Amar (Wong Kar Wai, 2001). 

Ford hace hablar a las imágenes sin necesidad de impregnarla de diálogos, dándoles un trasfondo más allá de lo visual, además, de lograr que los silencios y miradas otorguen el dolor que invade al personaje. Tom Ford consigue un ejercicio visual excepcional, un relato repleto de personajes destrozados, un conjunto de guiños a directores como Kar Wai y Pedro Almodóvar. 

A single man es una historia de cómo afrontar la redención a través del dolor.

Diego S.

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