sábado, 16 de marzo de 2013


Metal y Hueso: La difícil barrera de los sentimientos.



Las historias de amor en el cine están plagadas de clichés, todas plantean un mundo rosa donde al final todo tiene que salir perfecto; la hermosa mujer por fin encuentra a su príncipe azul y todo sale perfecto. Soy un tanto grinch y no disfruto mucho las historias de esta manufactura, me simpatizan más las historias apegadas a la realidad.  Metal y Hueso es un gran ejercicio de una historia de amor compleja y realista, acompañada de dos personas sumamente dañadas e imposibilitadas de decir lo que sienten.
Ali se encuentra de repente a cargo de Sam, su hijo de 5 años que apenas conoce. Sin dinero y sin amigos, deja el norte de Francia y busca refugio en casa de su hermana en el Sur. Ali encuentra trabajo como guardia de seguridad en un club nocturno local. Una noche, después de apagar una pelea, conoce a Stéphanie, una mujer hermosa y segura de sí misma. Le deja su número pero ella es una princesa y él un pobre tipo. Un día, después de un terrible accidente, Ali recibe una llamada inesperada de parte de Stephanie. Cuando la ve de nuevo, ella está en una silla de ruedas…
Los protagonistas de la cinta desconocen de su existencia. Para Ali (Matthias Schoenaerts) la implicación y el compromiso son valores por descubrir; apenas siente afecto por su hijo, al que a la primera encarga  a una hermana con la que sólo comparte sangre. Siendo el objetivo de apuestas en peleas callejeras consigue desprender la adrenalina precisa para mantenerse vivo. Quien también necesita el contacto con otro tipo de animal es Stepanhie (Marion Cotillard), una domadora de orcas, que verá mermar su seguridad tras sufrir un accidente. Tras un fortuito encuentro, la joven decide aliarse con el destino e introducir a Ali en su vida. 

El director, Jacques Audiard,  entrega una exquisita dirección, logra que el espectador no se hunda en la tragedia de sus personajes, nos muestra el barranco pero nunca nos suelta y lejos de regodearse en el sufrimiento invita al espectador a aprender a vivir con límites pero sin generar piedad. Esmerándose por ver la botella medio llena. Es aquí precisamente donde merece el mayor de los aplausos. Por ello, no son aleatorios los cegadores destellos de luz que se suceden a lo largo de la cinta. Funcionan como una conseguida metáfora. El empleo de la luz es mimado por su director y muy necesario en una cinta de tal calibre. Podíamos estar en el fondo del pozo, ahogarnos en la desgracia, bajar al infierno que supone una rehabilitación, Pero no., Audiard golpea fuerte, sin miramientos, y luego deja que la herida vaya sanando de forma natural, sin ningún vendaje.

El poder de la técnica adquiere en Metal y Hueso un matiz relevante. Cada plano está estudiado al milímetro y no por ello pierde frescura. Como tampoco la pierde la actriz principal de este tenebroso relato, Cotillard es sinónimo de credibilidad., su mejor papel inclusive que la actuación que le dio el Oscar. La francesa  aporta una interpretación contenida, dura, real, portando todo el dolor que le cabe y vaciándolo en el espectador que irremediablemente lo siente en carne viva. A Marion no se le puede reprochar absolutamente nada, no menos a Schoenaerts. El actor mimetiza con su personaje, la rudeza que se requiere la consigue desde la primera secuencia logrando una evolución natural hasta el último plano. Cabe resaltar la increíble escena donde una canción ñoña y meramente comercial como la de Firework de Katy Perry, toma otro sentido y todo gracias a la señorita Cotillard, me partió el corazón en ese momento. 

Rust and Bone (Por su nombre en inglés)  nos acerca a un Audiard más intimista pero sin bajar el listón de la dureza a la que nos tiene acostumbrados. El cineasta francés demuestra aquí de forma verosímil que los sentimientos pueden suponer una barrera más complicada de superar que la física. 

Diego S.