martes, 8 de febrero de 2011


Funny Games una película para degustar lentamente.

Cine para degustar, para saborear, aunque algunas veces el plato denote cierto placer enfermizo.

El fin de cada película es entretener, digamos que es la prioridad de cada cinta es hacer pasar un rato agradable y mantenernos atentos a lo que sucede. Muchas cintas sólo buscan ese fin, pero algunas otras, tratan de excavar más allá del simple entretenimiento. Bergman no hacía películas fáciles, ya que para muchos no cumpliría la regla básica del cine, pero hay otros a los que si no gusta ver más allá que simples historias y acciones. Michael Haneke director austríaco que se ha caracterizado por traer cintas tan complejas, realizó una de las películas que más he disfrutado, tanto como en su remake como la original. Sí, es Funny Games (1997). 

Anna, Georg y su joven hijo Georgie parten para su bonita casa a orillas del lago. Fred y Eva, sus vecinos, han llegado antes que ellos. Las dos parejas quedan para una partida de golf al día siguiente. Hace buen tiempo. Mientras padre e hijo tratan de colocar los aparejos del velero, Anna prepara la cena. De repente aparece Peter, un joven muy educado, huésped de los vecinos, que viene a pedir que le preste algunos huevos porque a Eva no le queda ninguno. Anna se apresura a dárselos, cuando de pronto se pregunta cómo ha podido entrar Peter en la casa. El joven le explica que Fred le ha enseñado un agujero que había en la cerca… Lo demás tiene que verse…espeluznante. 

Funny Games es una historia sencilla, pero no apta para los que buscan acción, violenta pero no para los amantes del cine gore. Haneke crea una obra intimista, un relato crudo, cruel y difícil de degustar. La obra de Michael no se basa en cosas tan superfluas como los cántaros de sangre, ni el suspenso gratis para aterrorizar, este se sirve de la sutileza para estremecerte. Funny Games contiene secuencias largas y pueden denominarse como lentas, pero esto es una herramienta más para que el espectador sufra lentamente y deguste los que sucede sin distracción alguna. Haneke te destroza poco a poco y lentamente, así como les sucede a los protagonistas. 

Si pones atención el inicio de la cinta te lo dice todo por medio de la música –los protagonista presentados en ropa de colores claros van en su coche mientras escuchan música clásica, segundos después se escucha una canción de heavy metal—utilizándola de metonimia* de una manera ágil. 

Haneke no mastica las secuencias para que traguemos imágenes a gran velocidad y música de fondo. El director se empeña en que sea el espectador el que descifre el sufrimiento de los protagonistas. La incertidumbre inicial, el dolor de los ataques, la angustia final. No hay escapatoria. Este es cine para degustar, para saborear, aunque algunas veces el plato denote cierto placer enfermizo.

Pueden ver cualquiera de las dos versiones, tanto la austriaca de 1997 o la protagonizada por Naomi Watts y Tim Roth del 2007, ambas son imprescindibles.

Diego S.

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