Las historias de amor en el cine
están plagadas de clichés, todas plantean un mundo rosa donde al final todo
tiene que salir perfecto; la hermosa mujer por fin encuentra a su príncipe azul
y todo sale perfecto. Soy un tanto grinch y no disfruto mucho las historias de
esta manufactura, me simpatizan más las historias apegadas a la realidad. Metal
y Hueso es un gran ejercicio de una historia de amor compleja y realista,
acompañada de dos personas sumamente dañadas e imposibilitadas de decir lo que
sienten.
Ali se encuentra de repente a cargo de Sam,
su hijo de 5 años que apenas conoce. Sin dinero y sin amigos, deja el norte de
Francia y busca refugio en casa de su hermana en el Sur. Ali encuentra trabajo
como guardia de seguridad en un club nocturno local. Una noche, después de
apagar una pelea, conoce a Stéphanie, una mujer hermosa y segura de sí misma.
Le deja su número pero ella es una princesa y él un pobre tipo. Un día, después
de un terrible accidente, Ali recibe una llamada inesperada de parte de
Stephanie. Cuando la ve de nuevo, ella está en una silla de ruedas…
Los protagonistas de la cinta desconocen de
su existencia. Para Ali (Matthias
Schoenaerts) la implicación y el compromiso son valores por descubrir;
apenas siente afecto por su hijo, al que a la primera encarga a una hermana con la que sólo comparte sangre.
Siendo el objetivo de apuestas en peleas callejeras consigue desprender la
adrenalina precisa para mantenerse vivo. Quien también necesita el contacto con
otro tipo de animal es Stepanhie (Marion
Cotillard), una domadora de orcas, que verá mermar su seguridad tras sufrir
un accidente. Tras un fortuito encuentro, la joven decide aliarse con el
destino e introducir a Ali en su vida.
El director, Jacques Audiard, entrega una exquisita dirección, logra que el
espectador no se hunda en la tragedia de sus personajes, nos muestra el
barranco pero nunca nos suelta y lejos de regodearse en el sufrimiento invita
al espectador a aprender a vivir con límites pero sin generar piedad.
Esmerándose por ver la botella medio llena. Es aquí precisamente donde merece
el mayor de los aplausos. Por ello, no son aleatorios los cegadores destellos
de luz que se suceden a lo largo de la cinta. Funcionan como una conseguida
metáfora. El empleo de la luz es mimado por su director y muy necesario en una
cinta de tal calibre. Podíamos estar en el fondo del pozo, ahogarnos en la
desgracia, bajar al infierno que supone una rehabilitación, Pero no., Audiard
golpea fuerte, sin miramientos, y luego deja que la herida vaya sanando de
forma natural, sin ningún vendaje.
El poder de la técnica adquiere en Metal y Hueso un matiz relevante. Cada plano
está estudiado al milímetro y no por ello pierde frescura. Como tampoco la
pierde la actriz principal de este tenebroso relato, Cotillard es sinónimo de
credibilidad., su mejor papel inclusive que la actuación que le dio el Oscar.
La francesa aporta una interpretación
contenida, dura, real, portando todo el dolor que le cabe y vaciándolo en el
espectador que irremediablemente lo siente en carne viva. A Marion no se le
puede reprochar absolutamente nada, no menos a Schoenaerts. El actor mimetiza
con su personaje, la rudeza que se requiere la consigue desde la primera
secuencia logrando una evolución natural hasta el último plano. Cabe resaltar
la increíble escena donde una canción ñoña y meramente comercial como la de Firework de Katy Perry, toma otro sentido y todo gracias a la señorita
Cotillard, me partió el corazón en ese momento.
Rust and Bone (Por su nombre en
inglés) nos acerca a un Audiard más intimista pero sin bajar el
listón de la dureza a la que nos tiene acostumbrados. El cineasta francés
demuestra aquí de forma verosímil que los sentimientos pueden suponer una
barrera más complicada de superar que la física.
Diego S.